Las palabras se me acortan, ya no brotan deseosas de vida, de público que las alabe.
Confieso, extraño el agua: su ternura, su frialdad. Más, el fuego ya no arde, de pronto aminora su intensidad. De qué sirven las llamas, si no queman.
El viento sopla en mi, yo aislada, triste, colisionada. Para qué el fuego si no mata, si no consume; prefiero la sutileza letal del agua.