Todos los planetas conjugados, girando al paso de un cosmos vólatil, distante, perfecto y absurdo; tan real que engaña su presencia abstracta, imaginaria.
Todos enlazados, danzando en un eclipse de coherencia e ingravidez.
Dulce es el olvido en este pequeño trozo de nada, que nadie entiende cómo vive y muere cada mañana.
Nadie entiende, todos creen que quieren creer, entienden que el querer es la única fuente de entendimiento.
Mientras giran y giran aquellos que, en la oscuridad divina, gravitan sin entender, sin buscarlo ni mucho menos pretenderlo.
Giran, no hay por qué saber; gravitan, no hay nada que entender.
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