Aún incluso cuando sus labios no lo confiesen,
su mirar incita a creer en las promesas de sus caricias.
El tierno roce de sus dedos en la sonrojada piel que tiembla ante su dulzura.
En rocío torna lo que solía ser un glaciar helado,
inundando el árido desierto de su voz.
Al alma libre ya no le importan las cadenas,
ni vivir en cautiverio en su mágica morada.
Mientras en sus brazos permanezca,
ni la más fuerte tormenta la despertará de su sueño lúcido.
La bella agonía de esperar ver su luz cada día,
eso la mantiene viva.
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