Los horarios se destruyen, los relojes caen en mil pedazos. En la neblina del antesala del amanecer, surge una duda: ¿Estarás aquí para el ocaso?
Entre los rostros del pasado, encuentro el suyo merodeando mi sombra. Visualizo la prosa compartida entre nuestros labios. La pereza de mis ojos en ese entonces no me permitió apreciar el alma que hoy admiro. No sentí los latidos que ahora derrumban mi estructura. Mucho menos respiré su esencia ni mire a través de sus gestos.
¿Habrán sido aquellos pasos en dirección al camino que pretendo emprender, o sólo fueron pequeños desvíos o atajos hacía otro rumbo cercano? Me acomodo a esperar, mientras recuerdo cada una de las pistas que dejé en la vereda con su nombre escrito en ellas.
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