martes, 17 de julio de 2012

Ruedan las manecillas del reloj alrededor del pentágono. 
La lana del cordero se riza entre sus dedos. 
No hay necesidad de mentir, no tienen que ocultar. 
Pero surge el presentimiento de que hay más parecido de lo habitual. 
Es el mismo temor de querer en el silencio aquello que se debería gritar.
Sospechan que los días traerán consigo el despertar de las mariposas en sus almas. 
Que emprenderán vuelo y se reunirán en el centro del camino. 
Esa vereda que los conducirá al río de colores que brota de un volcán. 
No desesperen, griten en silencio, cuenten las horas que marca el reloj. 
Pronto se acerca el momento en el que el miedo habrá sido sólo el paso previo al dibujo permanente de la mágica curva en sus rostros.

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